lunes, 16 de marzo de 2015

LAS POLÍTICAS DE ENSANCHE

El crecimiento demográfico de las ciudades fue una consecuencia de la Revolución Industrial, durante el siglo XIX. Las personas se movilizaban desde las zonas rurales a las grandes urbes, al calor de la necesidad de mano de obra alrededor de la creciente necesidad industrial. 

Consecuentemente, el aumento de población supuso una urgente necesidad de espacio habitacional donde alojar a esa población desplazada. Además supuso plantear soluciones a los problemas higiénicos y sanitarios, que derivaban en auténticas epidemias sociales. 

La primera Ley de Ensanche se aprobó en España el 29 de junio de 1864. Con ella se dotaba a los Ayuntamientos de la época de una herramienta legal que capacitaba al ente local a expropiar nuevos terrenos para el crecimiento de los núcleos urbanos y dotar de nuevos viarios y dotaciones al tejido urbano.

El primer ensanche que se planificó y se empezó a ejecutar fue el de Barcelona, diseñado por el ingeniero Ildefonso Cerdà. El trazado de viarios en cuadrícula, que dejaban manzanas edificables de 115 metros con sus esquinas achaflanadas, las profundidades edificables, los patios interiores que permitían dotar de servicios públicos y jardines, las calles de 20 o 50 metros de anchura… definieron el ensanche idealizado en España y que fue adaptado a otras ciudades como Madrid o Valencia.

Estas actuaciones permitieron dar soluciones habitacionales a las grandes demandas de vivienda que demandaban la inmigración de las zonas rurales. La población se repartió entre la ciudad antigua, intramuros, y el ensanche.

En diciembre de 1995, los españoles empezamos a utilizar el euro como nuestra moneda. Este hecho implicó que se flexibilizara el mercado financiero entre los países que adaptaron el euro. Se eliminó la incertidumbre del cambio de divisa y los costes de conversión. Los países perdieron su capacidad de política monetaria. En España empezó a entrar una facilidad crediticia como nunca había existido en el país.

En 1997, esa facilidad de acceso a la financiación de las empresas, conjugado con políticas y legislaciones que lo potenciaban, se originó lo que después se denominó la burbuja inmobiliaria. El ladrillo siempre ha sido en este país el sector económico que más revulsivo ha generado en las altas tasas de desempleo y la perspectiva de que la vivienda, además de ser un bien de primera necesidad, pueda considerarse una inversión segura y de cierta rentabilidad, hizo que en este país se construyeran una enorme cantidad de viviendas. Muchas más de las que demográficamente se precisaba.

Como en la revolución industrial, las ciudades aumentaron su superficie urbana. No obstante, a diferencia de aquella época, no existía una necesidad habitacional, demográfica. No existía una inmigración destacable a las ciudades. No era precisa la construcción de esas viviendas. 

El resultado ha sido que muchas ciudades hayan tenido un crecimiento artificial de su suelo urbano, lo que conlleva una serie de consecuencias desastrosas para las ciudades:

Primero, la creación de nuevos suelos urbanos, con mejores dotaciones públicas, ha potenciado la despoblación y terciarización de los centros históricos. La población se ha desplazado a los extrarradios de nueva creación, en detrimento de la ciudad vieja. En consecuencia, los servicios públicos en los centros se degradan y los focos económicos se centran en los ejes comerciales y terciarios. 

Segundo, a pesar de las plusvalías del proceso de transformación urbanística con las que participa la Administración, los sobrecostes de mantenimiento de las nuevas urbanizaciones sumadas a las antiguas han provocado el colapso presupuestario en muchos municipios.

Tercero, existe un exceso de suelos dotacionales de dominio público, comparado con la realidad demográfica, generalmente ubicados en las zonas de nueva urbanización.

Cuarto, la movilización hacia los extrarradios ha provocado el colapso de las antiguas vías de comunicación, sean públicas o infraestructuras de transporte privado. El desplazamiento de las nuevas zonas residenciales a los centros terciarizados por motivos laborales satura las arterías de comunicación en las horas punta.

Quinto, se pierde el modelo clásico de ciudad. Los nuevos modelos de crecimiento urbano suelen generar zonificaciones residenciales, debido a la rentabilidad que se derivaba de la especulación con la vivienda. Por lo tanto, los suelos de crecimiento urbano se dedican como ciudades dormitorio sin mezcla de usos.

Fue un error plantear políticas de ensanche a la burbuja inmobiliaria, cuando había una necesidad de inversión en la ciudad existente. Cuando no había una demanda evidente de viviendas. Cuando la vivienda no debía convertirse en un activo del mercado. Cuando se perdió el interés general de ese derecho, cayendo en manos de la especulación. Es fácil descubrir los errores del pasado. Lo difícil es evitar que vuelvan a ocurrir.

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