domingo, 8 de marzo de 2015

EL DÍA DE LA MUJER NO ES UN DÍA



El otro día estuve escuchando atentamente lo que nos proponían las compañeras María Pazos y Bibiana Medialdea. Es una fortuna contar con gente así pueda descubrirnos nuevos puntos de vista sobre las relaciones entre personas, que tengan la valentía de materializar propuestas sobre ellas. Algo que es muy complicado, lo digo por experiencia. Y es muy interesante la percepción económica que conlleva el modelo de sociedad patriarcal que seguimos inculcando en este país. En un estado, donde últimamente cualquier postulado u opinión se lleva directamente al campo económico, me parece un ejercicio muy interesante el que han llevado a cabo María y Bibiana.

Las relaciones entre personas son la base de la sociedad. Pero las condiciones de esas relaciones no se mantienen estancas en el tiempo. La gente pasa por diferentes estadios de dispensar cuidados a necesitarlos durante su vida. Y esos cuidados influyen directamente en las relaciones entre personas. E influyen directamente en las economías de esas personas.

El modelo patriarcal ha educado en los clichés tradicionales, en los que cada persona tiene un papel preestablecido, de modo que su vida se ve condicionada desde el momento en que se materializa su género. Y en el ámbito de los cuidados a los hijos, a los enfermos, a los dependientes o las personas mayores, la sociedad ha depositado en la mujer la mayor parte de la responsabilidad.

La crisis económica ha sido el entorno adecuado para que el papel que debe cumplir la administración pública de dotar de servicios públicos que asuman o apoyen a la ciudadanía en esos cuidados, dichos servicios sean recortados o destruidos. Por lo tanto, esos cuidados se han convertido en privilegios que condicionan la relación entre las personas. La crisis, fundamentalmente, ha depositado en la mujer el privilegio de cuidar a las personas más vulnerables de su entorno. Y esto le ha supuesto la pérdida de independencia económica y social que podía tener por el hecho de pertenecer a una sociedad que se postula igualitaria.

Es por ello que, para trabajar en la igualdad de género frente a los cuidados, el papel de las administraciones públicas debe asegurar que aquellos individuos que afronten el cuidado, no pierdan o hipotequen aquello que les correspondería si no los afrontaran. Es por ello que, lo público debe establecer los mecanismos adecuados que apoyen la labor voluntaria de la sociedad en la asistencia a las personas vulnerables, de forma que no aparezcan daños colaterales que trasladen a las mujeres a modelos de organización social que debemos superar. Es por ello que debe potenciar políticas de igualdad para que los cuidados no estén condicionados por el género, como ocurre con las bajas de maternidad y paternidad. Es por ello que la ciudadanía en su conjunto debe reconstruir el estado del bienestar desde modelos de igualdad, que no aparte ni el capital productivo de las mujeres ni el capital cuidador de los hombres.

El día 8 de marzo es el día internacional de la mujer trabajadora. Desgraciadamente, la realidad no acompaña a la celebración. Muchas mujeres han perdido sus trabajos por una crisis que se ha cebado especialmente con su género. Muchas mujeres han dejado voluntariamente su trabajo para cuidar a familiares dependientes que han visto recortadas sus ayudas. Muchas mujeres se encuentran en situaciones de excedencia para sostener la crianza de un retoño por no poder hacer frente al coste de guarderías privadas. Muchas mujeres han sido apartadas de procesos selectivos por su fertilidad. Muchas mujeres han sido víctimas involuntarias de la situación económica.

Por lo tanto, queda mucho trabajo para lograr la dignidad de género en este páis. Y no sólo hoy, si no los 364 días restantes.


EL DEBATE SOBRE EL ESTADO DE LA NACIÓN



Otro año más, y coincidiendo con el año electoral, tenemos ronda de elogios y reproches en el parlamento español. De nuevo, poca gente se sienta frente al televisor a ver como aquellos que nos dicen representar, se gritan, insultan y abuchean. Como siempre, la imagen que da la política no corresponde a la dura imagen a la que nos enfrentamos en la calle.

Uno de los principales problemas que vivimos es la desafección de la sociedad soberana con sus representantes políticos. Episodios como el debate del estado de la nación, donde se prepara toda la oratoria con fines electoralistas, sin plantear realmente una composición de ideas que pueden ser discutidas y desarrolladas por las diferentes fuerzas políticas, nos demuestra que las cámaras han perdido su sentido. 

Y como todos los años, todos los medios se preguntan sobre quién ha ganado. Como si la política fuera una partida de cartas. Nadie gana en un debate así. Pierden las instituciones legislativas. Pierden las cámaras. Pierde la democracia y por ende, pierden los ciudadanos. 

¿Qué pretenden representar con ese teatro? Sus discusiones siempre se enmarcan en la misma dicotomía: izquierda o derecha. Un bando y el contrario. Lo que hace la derecha, la izquierda lo debe repudiar. Y al revés. Verborrea inútil de una bancada a otra, mientras los ciudadanos, aquellos que les depositan su soberanía, su bien más preciado, siguen sufriendo las consecuencias sus nefastas políticas. 

¿Qué necesidad tenemos de semejante espectáculo? Vivimos un drama social. El sistema ha conseguido fragmentar a la población. Ha creado clases sociales. Ha abierto una brecha entre los que más tienen y los que más necesitan. Y los de abajo, seguimos perdiendo. Perdemos el trabajo. Perdemos las prestaciones. Perdemos la educación. Perdemos la sanidad. Perdemos la vivienda. Perdemos la dignidad. 

¿Cómo me van a representar unos señores que gritan, pero no me ayudan? Unos señores que prefieren vender mi soberanía a los mercados europeos. Que me hacen asumir una deuda ilegítima e inmoral. Que rescatan a los avaros que me quieren desahuciar. Que adjudican obras que no se ejecutan pero que hay que indemnizar. 

No señores políticos. No me veo representado en el debate del estado de la nación. No hacen su trabajo. El deber que las urnas les adjudico durante su mandato. La responsabilidad de generar políticas constructivas. Por y para los ciudadanos. No queremos que nos convenzan con sus utopías ni con sus mentiras. Queremos vivir con dignidad. Queremos volver a ser soberanos. Queremos participar en política, ser el ingrediente esencial de los debates políticos. Queremos acabar con la corrupción y el clientelismo. Queremos leyes justas y justicias consecuentes. Queremos formar parte de este país.

REFLEXIONES SOBRE LA MONARQUÍA



Según la constitución, el Rey es el Jefe del Estado, asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica. Representación, sí. Pero ¿qué significa representación? Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, representación es la acción y efecto de representar. También es la autoridad, dignidad, categoría de la persona. Otra acepción es la figura, imagen o idea que sustituye a la realidad, o el conjunto de personas que representan a una entidad, colectividad o corporación. Por último, una cosa que representa otra. A su vez, entendemos por representar, entre otras acepciones, la de sustituir a alguien o hacer sus veces, desempeñar su función o la de una entidad, empresa, etc., o bien ser imagen o símbolo de algo, o imitarlo perfectamente.

Representar el Estado español.

España es un país de contrastes. El paso del tiempo nos profundiza en la desigualdad. Cada vez hay más brecha entre aquellos conocidos como ricos, y los que vivimos al día y con cuatro perras, o sea, los pobres. Las grandes fortunas crecen a nuestro alrededor, mientras que los que algún día vivimos con ciertas comodidades, nos descubrimos consultando cada día con más frecuencia la cuenta de ahorro, preocupados por que aquello no para de bajar. 

Nadie puede dudar que la crisis ha sido el expolio de las clases trabajadoras. Una clase donde incluyo al peón y al arquitecto, ya que dudo mucho que para pertenecer a la mal nombrada clase “media” haya que dejar de ser trabajador. Pero aunque seamos más pobres, no dejamos de configurar la inmensa mayoría de la sociedad.

Por lo tanto, el Estado español es la suma de muchos trabajadores. De mucha gente con capacidad de trabajar. De muchas familias de clase trabajadora, con niños que juegan con la pelota y abuelos que juegan al dominó. De muchas madres que se preocupan del negro futuro de sus hijos. De muchas abuelas que nos alegran la cena con una sabia tortilla de patatas.  De muchos desempleados que no encuentran trabajo y que tienen que emigrar. De muchos inmigrantes que batallan por considerar a este país como su hogar. Y, sí, también una reducida porción de grandes fortunas que no saben de preocupaciones económicas.

Esta amalgama es representada por el Jefe del Estado. Un organismo público, en régimen hereditario y con sucesión machista establecida en la propia constitución. Una casa real que recibe de los presupuestos del Estado una media de 8 millones de euros anuales. Una familia que recibe una retribución pública de 700.000 euros anuales. Unos emolumentos que representan a una parte muy pequeña de la población española, que tuvo una retribución media en 2013 de 23.650 euros.

Una familia que vive en palacios, según la estación del año, mantenidos por Patrimonio Nacional, como el Real, el de la Zarzuela, o el Pardo. También en palacios que no son de Patrimonio Nacional, pero sí públicos, como el de Miravent. Una forma de residencia que no corresponde a la población española, donde 19.500 familias perdieron su vivienda por ejecuciones hipotecarias.

Unos familiares que, por cuestión genética, tienen la vida arreglada a sueldo de los sufridos contribuyentes. Son los únicos españoles que cobran del erario público sin mediar procesos de igualdad y libre concurrencia. Un futuro parecido a la gran cantidad de jóvenes españoles cuya única salida es la emigración, a pesar de sus extensos currículos. 

Una monarquía que disfruta de la friolera de más de 100 vehículos, 24 de ellos particulares, conducidos por un escuadrón de 67 chóferes. Entre ellos, se encuentran vehículos históricos de gran valor, como Rolls Royce o Mercedes. También conducen vehículos más modernos, pero no por ello baratos, con marcas como Ferrari, Porche o Maybach. No obstante, a veces nos sorprenden en la televisión conduciendo vehículos normales, como el Opel Zafira azul que desfila últimamente por las puertas de la Audiencia de Palma de Mallorca, o el Seat Alhambra familiar con el que llevaban a la actual princesa al colegio. Una situación que dista mucho representar a la situación de parque automovilístico español, que reduce sus ventas año a año, consiguiendo llevar la edad media de los vehículos a un peligroso 11,3 años en 2014. 

El Rey además es una persona inviolable y no sujeta a responsabilidad. Cualquier negligencia que pudiera tener en el desarrollo de sus funciones, acabaría en su impunidad. No responde a errores ni irresponsabilidades. De hecho, el antiguo monarca, durante su reinado, no pudo ser juzgado por supuestas paternidades no reconocidas. Una forma de asumir responsabilidades muy alejadas del resto de los españoles, como por ejemplo, aquellos abuelos que sin saber leer, firmando con la huella, responden con sus ahorros en la estafa de las preferentes.

El antiguo monarca es un asiduo usuario de la sanidad, pero no pública. Operaciones en clínicas privadas, como la Quirón o la Milagrosa de Madrid, separan al ex Jefe del Estado de la cobertura que recibe la mayoría de los españoles. Mientras estos últimos deben soportar los recortes del gobierno, materializados en largas listas de espera o faltas de cobertura, Juan Carlos gozó del trato preferente que da el dinero. Muy propio.

Para concluir, basta con decir que el Jefe del Estado, a pesar de representar al Estado español, no participa de su humildad. Se calcula que su fortuna personal ronda los 1.600 millones de euros. Por lo tanto, representa mejor a ese 1% de ciudadanos de este país que tienen tanto como el 70% de los ciudadanos que ocupan la parte baja de la lista de riqueza. El Rey no representa al Estado. No es la imagen de los millones de españoles que sufren la crisis. No es la autoridad. No es la dignidad. No es la categoría del conjunto de los españoles. No es igual que nosotros. No nos representa.